viernes, 3 de septiembre de 2010

Mi Musa (III)

Episodio 3

El Poeta sabía que se estaba haciendo tarde y la Musa tendría que irse con o sin él. Los habitantes de la noche poco a poco regresaban a sus escondites, donde pasarían otra mañana en vela abrazados a su pipa de hachís o haciendo cola en cualquier albergue de la beneficencia. La mayoría fueron algún día miembros de una familia burguesa, liberal en sus ideales pero que vivían a la sombra del árbol de la apariencia, simples fachadas. Estos Hijos de la Revolución no entendían de convencionalismos y vomitaban sobre la tradición cada vez que se sentían mal y echaban la culpa de su miseria a las familias que nunca les aceptaron. Cada uno de ellos tenía su propia historia llena de vergüenzas y engaños que los había convertido en seres marginales, odiados por sus propias familias. Eran animales incomprendidos cuyo arte intentaba reflejar sus conflictos internos, utilizando a veces métodos que la razón humana no entendía, medios por los cuales viajaban a otros mundos que les iluminaban mientras algo en su cabeza iba poco a poco desconectándose, riéndose de su venganza futura, esperando el momento oportuno para que la verdadera droga hiciera su efecto y la palabra locura apareciera reflejada en sus ojos inyectados en sangre.

- Al final has conseguido que no duerma en toda la noche, mi Musa. Me pasó lo mismo durante ese tiempo en el que me seguían los “farfadets” ¿recuerdas? No podía librarme de esos diablillos negros y peludos que corrían detrás de mí y me causaban tantas desgracias. Algunos bohemios ya me habían hablado de ellos, incluso de aquel escritor, Charles Berbiguier, que tuvo que suicidarse ya que esos demonios a las órdenes de Satanás no le dejaban vivir. Yo creía que era mi olor el que les atraía y quemé el único abrigo que tenía desde que abandoné mi casa hace siete años y que nunca me quité, para a ver si así los “farfadets” dejaban de seguirme. Lo único que conseguí fue una pulmonía al lavarme en las aguas del Sena y helarme al salir de ellas, sin un cuerpo al que abrazarme al llegar a casa. No sabía dónde estabas, mi Musa, y lo único que escuchaba al llegar a casa eran los chillidos de esas criaturas, que me hacían romper todo lo que encontraba a mi paso.

- ¡Esos gritos eran míos, Poeta! Cada vez que llegabas a tu buhardilla con ese brillo en los ojos yo me temía lo peor y me bebía rápidamente la copa de absenta que tenía preparada para cuando empezaran los golpes. Balbuceabas palabras sin sentido mientras me empujabas contra el suelo, y lo único que entendía entre golpe y golpe era que me llamabas “madre”. Yo te decía que estabas equivocado, que no fui yo la mujer que poco a poco te fue adentrando en el mundo de la droga para que la hicieras caso. ¡Nunca podría haber engendrado una criatura para criarla con el único fin de inculcarle un odio a su padre para que así le matara y yo me quedara con todo su patrimonio! ¡No fui yo quien te obligué a vivir esta vida de perro que llevas, Poeta! Tu madre ahora toma el té con la aristocracia mientras tú te resbalas en tu propia mierda y no consigues ir a pedirla ayuda por no poder recordar ni siquiera su nombre ni la casa en que te criaste. ¡Estás condenado a vivir este infierno que se ha convertido en el peor invierno de tu vida, tiritando de frío por no poder llevarte nada que fumar a la pipa!

- ¡Mientes, no sabes lo que dices! Una Musa no puede rebelarse a su creador, insultar a la persona que la hizo famosa entre los bohemios. ¿No te das cuentas de quién es mi verdadera droga? Eres tú, mi Musa. Sin ti no puedo vivir ya que puse en tu persona todas mis energías, mi alma en la que tú ahora clavas el cuchillo de tu odio. ¡La más grande creación literaria al servicio de una puta! ¿No te das cuenta?

2 comentarios:

  1. Me gusta y rescato esta frase que me parece muy representativa:
    "Los habitantes de la noche poco a poco regresaban a sus escondites"
    Siempre escondiéndonos en la oscuridad ;-)

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