lunes, 23 de agosto de 2010

Dejé de ser yo para convertirme en ellos (III)

Episodio 3

Gira la llavecita antes de abrir la caja, por favor. Gracias. No te asustes por lo que se mueve al levantar la tapa, sólo hago mi trabajo. Ser bailarina dentro de una caja de madera no es tan fácil como crees: tienes que estar siempre disponible porque a cualquier hora puede venir una niña o una viejecita a hacerte bailar. Cuando más disfruto es en la oscuridad, cuando me dejan tranquila. Así puedo reflexionar sobre el mundo que me rodea y sus personas; gentes de toda condición han disfrutado conmigo y siempre he aprendido algo con ellos: mi vida y las suyas no son muy distintas. Mi cajita fue en un principio la envidia de la corte y los artesanos me revistieron con las más bellas piedras preciosas. Ahora, y después de muchos años, estoy bailando en una humilde casita y por la ventana puedo ver la ropa tendida a la brisa de la mañana ondeando como banderas de nadie, mientras mi dueño barniza la apolillada madera. Al igual que yo las personas pueden vivir en lo más alto y quemarse con la luz del éxito, pero la luz se apagará y al mirar hacia atrás se darán cuenta de que será una larga caída. Mi baile maravilla a todo el mundo y se relajan con los delicados movimientos que realizo pero no saben que todo está programado. También tengo que está siempre recta y con los brazos en jarra para mantener las apariencias y a veces me canso, pero una muñeca de porcelana tan chiquita no puede quejarse. ¡Me encantaría bailar al son de mi propia música pero este resorte me lo impide! Estoy atada para siempre a danzar según lo establecido y sería inútil rebelarme; para qué si el mundo funciona bien así ¿no? Otras como yo y como el que me hace bailar piensan lo mismo y no dudan en alzar la voz para que ¡todo el mundo se entere! pero luego qué pasa, ¿ha cambiado algo desde que alguien dijo Yo No? La respuesta, sin ninguna duda, es sí pero si el cambio favorece o no, lo siento, pero no lo tengo tan claro...

     ¡Cada vez está peor! No, no tiene fiebre, pero esos delirios... ¿Qué sabe mi hijo de esas cosas que habla? Son problemas de mayores y no le tienen ni que pasar por la cabeza. ¡Me tuve que dar cuenta antes! Esos libros tan gordos y de esos autores con nombres tan raros no debían ser buenos. Tenía que haber leído cuentos como cualquier niño y ver la televisión más; crecer como cualquier persona de su edad, hablando claro. ¡Se  volvió loco con los libros como el Quijote! ¿Cómo que estoy equivocada? No me negará que esas cosas que dice son normales... Sí, es cierto que antes le he dicho que era muy maduro pero... Yo intento comprender a mi hijo pero no puedo. ¿Qué va a saber un niño como él de los problemas del mundo? Esas son tonterías que a la gente de la calle ni le van ni le vienen. ¡Ya sé que nosotros también pertenecemos al mundo, faltaría más! Lo que intento decirle es que ya tendrá tiempo de pensar en esas cosas cuando sea mayor y sino véalo como está ahora. Bueno... alguna vez, pero reñirle nunca. Él elegía sus libros o se los recomendaba su profesora pero yo no me metía en nada. A veces empezaba a decirme de qué iban pero yo tengo muchas cosas que hacer. Le decía que me lo contara después pero nunca lo hacía. ¡Otra vez no! ¡¿Cuándo se terminará esto!?

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